La baza diplomática saudí, un mediador para Rusia y Estados Unidos con la mirada puesta en Israel
- El rol de Arabia Saudí como mediador en el conflicto ucraniano está influido por intereses estadounidenses en Oriente Medio
- El objetivo de Donald Trump es lograr la normalización de las relaciones saudíes e israelíes


Si se observa un mapa de Oriente Medio, podrá comprobarse que Arabia Saudí cuenta con una ubicación privilegiada. Situada entre las monarquías del Golfo, a un paso de Irán y del conflicto palestino-israelí, la dinastía de la Casa de Saúd ha jugado bien sus cartas para convertirse en un actor destacado. Ahora, además de sobresalir en los asuntos regionales, auspicia las conversaciones de paz a tres bandas entre Rusia, Estados Unidos y Ucrania.
Durante el último medio siglo, Oriente Próximo ha sido un escenario volátil, marcado por revoluciones, invasiones y guerras. En este complejo tablero de ajedrez, Arabia Saudí ha sido capaz de ejercer como intermediario en las decisiones de las potencias y de tender puentes entre enemigos históricos.
"El país ha adoptado en los últimos años un enfoque exterior de desescalada y favorable para los negocios", establece el investigador sénior del Instituto de los Estados Árabes del Golfo, Robert Mogielnicki. "Los saudíes se han posicionado eficazmente como una potencia intermedia clave a nivel mundial, y seguirán buscando maneras de gestionar eficazmente el cambiante orden mundial de una manera que sea ventajoso para ellos", considera.
Tradicionalmente asociado con su riqueza petrolera y su influencia religiosa, el reino árabe ha configurado su rol en la región como negociador proactivo, sin por ello renunciar a su deseo de convertirse en el estabilizador de Oriente Medio.
"Arabia Saudí observa con preocupación la creciente relevancia de los Emiratos Árabes Unidos, reconocida por la anterior Administración Biden como socio estratégico, así como la expansión de la influencia turca, en particular tras la caída de Al Assad en Siria. Esto ha impulsado su activismo diplomático", subraya el investigador asociado especializado en Oriente Medio del Royal United Services Institute, Talal Mohammad.
Esta política exterior no ha ocurrido de la noche a la mañana. Es el resultado de años de ajustes diplomáticos y poder blando (como convertirse en sede de importantes eventos deportivos) tras su caída en desgracia en 2018 con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Ahora, con la mira puesta a un arreglo definitivo del conflicto palestino-israelí, al presidente estadounidense, Donald Trump, le conviene una Arabia Saudí con un historial impoluto.
El "síndrome del cerco" saudí
Desde su fundación, Arabia Saudí ha estructurado su política internacional sobre dos pilares: la seguridad del régimen y la estabilidad regional. La percepción de estar rodeada de enemigos —véase el islamismo chií de Irán al este o la inestabilidad de Yemen al sur— ha moldeado una diplomacia marcada por el pragmatismo y la cautela.
Dicho "síndrome del cerco" es más que una simple reacción a lo que percibe como amenazas externas: es una narrativa que combina una estrategia defensiva mediante alianzas con una proyección de poder para neutralizar o mantener a raya a sus rivales.

"El pragmatismo saudí se hizo notablemente evidente desde principios de la década de 1990, cuando la invasión de Kuwait por Irak los llevó a priorizar la diplomacia en lugar de la confrontación", destaca Mohammad. "Este cambio se vio facilitado a su vez por el surgimiento de políticos reformistas iraníes moderados, en particular los presidentes Akbar Hashemí Rafsanjani y Mohammad Jatamí, cuyas políticas de distensión aliviaron significativamente las tensiones entre ambos países", recuerda.
De por sí, Riad posee un papel referente en el mundo árabe. Su control sobre los lugares sagrados de La Meca y Medina le otorga legitimidad religiosa, mientras que su riqueza petrolera le brinda una herramienta de coerción económica a través de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Ambos factores han dado forma a una diplomacia que equilibra la prudencia de saber estar en una región inestable con una calculada ambición de sobresalir en política exterior. Un principio que ha permitido a Riad navegar entre países como Estados Unidos o Rusia sin comprometer su autonomía estratégica. En el presente, Arabia Saudí es uno de los pocos Estados capaz de mantener conversaciones regulares con Moscú y Washington sin ser acusado de parcial.
"La interacción simultánea de Arabia Saudí con Estados Unidos y Rusia refleja una estrategia de diversificación calculada más que una contradicción", revela Mohammad. "Ambas relaciones le permiten asegurar sus intereses económicos y garantizar que nunca dependa excesivamente de un solo actor internacional", incide.
Gambito de Ucrania
El 24 de febrero de 2025 marcó el tercer aniversario de la invasión rusa de Ucrania. En este escenario de conflicto ad infinitum, Arabia Saudí ha emergido como una figura inesperada para su resolución.
En marzo de 2023, el príncipe Faisal bin Farhan visitó Moscú y Kiev para ofrecer los servicios de mediación de su reino. En febrero de este año, el país organizaba en Riad la primera reunión de alto nivel entre Rusia y Estados Unidos en casi un lustro. Un avance en las relaciones que ha posicionado al país como un territorio neutral y confiable para auspiciar negociaciones internacionales.
Contrario a Mogielnicki, Mohammad sugiere razones ulteriores que explican esta inclinación por favorecer a Arabia Saudí como anfitriona de las conversaciones. En este caso, allanar el camino para una cooperación estratégica más profunda, incluyendo la "posible normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel" y su "participación en futuras negociaciones con Irán".
Ya en su mandato de 2016-2020, una de las primeras visitas de Donald Trump al exterior fue a Arabia Saudí, viaje que repitió en 2022 Joe Biden. De nuevo en la Casa Blanca, el interés de Trump en Riad no es tanto nostálgico como estratégico. Uno de los posibles logros a los que el presidente estadounidense aspira en su segunda presidencia es lograr acercamientos entre saudíes e israelíes. Un proceso que la guerra en Gaza ha obstaculizado, y bien podría aumentar el precio que el reino árabe exigirá a cambio de un arreglo diplomático.
"Principalmente, haría hincapié en un progreso significativo en los derechos palestinos, exigiendo un claro compromiso israelí con una solución de dos Estados", establece Mohammad. "Además, podría buscar garantías firmes de seguridad de Estados Unidos, acuerdos armamentísticos, apoyo a su programa nuclear civil y el reconocimiento de su liderazgo en la diplomacia regional", añade.
Las conversaciones sobre Ucrania buscan pavimentar estos encuentros posteriores, así como "generar una buena disposición considerable con la administración Trump", apunta Mogielnicki. Mediar con éxito en un conflicto global de gran magnitud como el de Ucrania reforzaría la imagen de Arabia Saudí como líder del mundo árabe e islámico.
"Subrayaría la destreza estratégica del príncipe heredero Mohammed bin Salman como gobernante de facto del Reino, fortaleciendo así su legitimidad antes de adquirir formalmente el prestigioso título de 'Custodio de las dos mezquitas sagradas'", añade Mohammad.
Diplomacia calculada
El último siglo ha consagrado a Arabia Saudí como un actor fundamental para Palestina e Israel. Su apoyo al Plan de Paz Árabe de 2002 y el Acuerdo de La Meca de 2007 reflejaban su voluntad para lograr una negociación bilateral entre ambas naciones. A su vez, su posible adhesión a los acuerdos de Abraham de 2020 aceleró su proceso de deshielo con el Gobierno israelí. Sin embargo, los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023 y la posterior intervención en Gaza han puesto en peligro este delicado equilibrio, complicando la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas duraderas entre Arabia Saudí e Israel, que comparten a Irán como enemigo.
Anexo a esta realidad, la escalada militar de Israel e Irán a lo largo de 2024 ha añadido una nueva capa de complejidad a la dinámica. Parte de uno de los objetivos indirectos de los ataques israelíes contra objetivos iraníes era forzar a Arabia Saudí a normalizar relaciones diplomáticas, sugiriendo que una mayor inestabilidad regional podría empujar a solicitar garantías de seguridad más firmes a Israel.
El reino árabe, en cambio, ha jugado esta partida con inteligencia estratégica. En lugar de ceder a la presión, ha intensificado su diálogo con el régimen de los ayatolás, logrando garantías de seguridad más importantes que cualquier intercambio de inteligencia que Israel pueda ofrecer sobre instalaciones militares del denominado "Eje de la resistencia".
"En comparación con una posible normalización con Israel, especialmente en el contexto de la intensificación de las tensiones entre Israel e Irán desde 2024, la distensión con Teherán [en marzo de 2023] ha proporcionado a Arabia Saudí estabilidad regional inmediata y en materia de seguridad. Esta estabilidad es crucial para el progreso ininterrumpido de sus megaproyectos [como el Saudi Vision 2030], garantizando un entorno propicio para el crecimiento económico y el desarrollo", establece Mohammad.
El reino árabe está jugando una partida estratégica a largo plazo, y en más de una ocasión ha dejado claro que la normalización con Israel está condicionada a la creación de un Estado palestino viable. La Casa de Saúd considera que defender la causa palestina es clave para mantener su liderazgo en el mundo islámico y evitar una reacción interna o regional que pueda debilitar su régimen. De momento, "aunque existe incertidumbre a corto plazo sobre el futuro de las relaciones saudí-israelíes, parece bastante claro que la normalización diplomática será, en última instancia, la dirección que Arabia Saudí seguirá a largo plazo", concluye Mogielnicki.