La conciencia ecológica se desploma entre los más jóvenes y las personas con menos recursos
- La mayor parte de la población reconoce que el cambio climático existe, pero baja el consenso respecto a años anteriores
- El factor socioeconómico es determinante: la falta de recursos frena la implicación individual en la transición ecológica


Han pasado casi seis años desde que Greta Thunberg pronunció su famoso "How dare you?" —"¿Cómo os atrevéis?", en español— ante la cumbre climática de Naciones Unidas, en un discurso en el que acusaba a los líderes mundiales de robar a la juventud su futuro. Como ella, Francisco Vera, Xiye Bastida y muchos otros referentes juveniles han alzado la voz por la transición ecológica, pero algo se enfría en la conciencia climática de los más jóvenes. El compromiso ciudadano de los españoles con la transición ecológica empieza a mostrar signos de desgaste, especialmente entre las personas de 18 a 30 años, según apunta el último Informe España 2025 del Observatorio de la Transición Justa. La idea de que el cambio climático es un problema real y actual se desploma casi 25 puntos porcentuales en esta franja respecto a ediciones anteriores. En apenas un año, ha pasado de ser el grupo más concienciado al que menos cree en la crisis ecológica. Aun así, la cifra no baja del 75%.
Aunque el consenso general sobre la existencia del cambio climático es todavía alto, cae el número de personas que considera prioritario combatirlo. La bajada es especialmente significativa entre los hombres más jóvenes, a bastante distancia de las mujeres de su misma edad. La brecha de género es una constante en el estudio: ellas se preocupan más, apoyan más las políticas vinculadas a la transición ecológica y también asumen más cambios en sus hábitos.
La buena noticia es que, por primera vez desde que se publica este informe, predominan las emociones positivas ante la transición ecológica. "Interés", "esperanza" y "responsabilidad" encabezan la lista de la percepción sobre la transición ecológica, mientras que la "impotencia", que hasta hace poco encabezaba el ranking, ha caído en picado, con una bajada de puntos porcentuales en dos años. También se ha reducido la "incertidumbre", una emoción considerada "neutra" por el estudio, que estaba muy presente en las anteriores ediciones.
Recelo ante las medidas climáticas
Los datos esperanzadores conviven con señales que activan las alarmas. Aumenta el temor a que las medidas contra el cambio climático generen tensiones sociales. Más personas que nunca creen que la transición ecológica puede perjudicar la convivencia e incluso poner en riesgo algunos empleos. Los hombres son los que más preocupados están por cómo afectará esta transformación a sus trabajos.
Las suspicacias no impiden a la mayoría de la población reconocer que la transición ecológica contribuye a mejorar el entorno. Los encuestados valoran especialmente la reducción de la contaminación del aire y del agua, la limpieza de las ciudades y el impacto positivo en la salud. También saben que las energías renovables son gran parte de la solución, pero el entusiasmo se diluye cuando se plantea la posibilidad contar con alguna instalación cerca de casa. Es lo que se conoce como el fenómeno NIMBY ("no en mi patio trasero", por sus siglas en inglés). El impacto ambiental y visual de estas plantas son los principales argumentos en su contra. Mientras baja ligeramente la popularidad de la energía solar y eólica, aunque se mantienen como las fuentes de energía más apoyadas, crece el respaldo a opciones convencionales, como el gas natural, el petróleo y la nuclear. Los biocombustibles también han ganado interés. Eso sí, siempre que no sea cerca de casa.

El cansancio también se deja notar en la caída del porcentaje de personas que apuesta por una transición participativa. Aunque todavía casi la mitad de la ciudadanía cree que las decisiones ecológicas deberían tomarse de forma colectiva, esa cifra es bastante menor que en 2023. Al mismo tiempo, crece el respaldo a un modelo más tecnocrático, en manos de expertos y políticos. Lo que sí se mantiene estable es el apoyo a políticas basadas en incentivos económicos. Son esas medidas que premian comportamientos sostenibles o facilitan la transición hacia modelos más verdes. Menos entusiasmo generan, sin embargo, las decisiones que implican sobrecostes a la ciudadanía.
El grupo de edad más joven, a pesar de mostrar menos confianza en la existencia del cambio climático y una menor disposición a asumir costes personales, es también el que más apoya la participación ciudadana en el proceso y también el más consciente de su impacto social.
El activismo climático, condicionado por el contexto socioeconómico
La desconexión entre la conciencia ambiental y las acciones cotidianas es otro de los puntos clave del informe. El reciclaje se mantiene como el gesto más habitual, pero otras prácticas, como controlar el consumo energético, reducir el coche o priorizar una dieta vegetariana, pierden fuelle. Retrocede también la disposición a cambiar de vehículo tradicional a uno eléctrico o híbrido y cae en picado el apoyo a pagar más impuestos para cuidar el medioambiente.
La paradoja es que, a pesar de esta baja implicación, la mayoría de las personas considera que su contribución está en la media. Solo un 6,5% cree que podría hacer más para estar al nivel del resto. Este exceso de autoestima climática, advierte el informe, podría conducir a la desmovilización.
Una clave fundamental para entender todas estas contradicciones es el factor económico. Las personas con menos recursos son también las menos proclives a apoyar medidas como las zonas de bajas emisiones, los impuestos verdes o los vehículos eléctricos. También son más escépticas respecto a los beneficios de la transición ecológica y experimentan más emociones negativas cuando piensan en ella. La urgencia de problemas como el empleo, la vivienda o la alimentación relega el cambio climático a un segundo plano, percibido como un problema más lejano.
En las zonas rurales o periféricas, donde el transporte público es escaso, el coche tiene más protagonismo. Aunque la mitad de la población general practica la movilidad sostenible —como caminar o ir en bus o bicicleta— la infraestructura y la accesibilidad de estos servicios es determinante a la hora de optar un modelo u otro.