Enlaces accesibilidad
Entrevista en RTVE

Esteban Hernández, periodista: "Europa puede quedarse fuera del curso de la Historia"

  • El periodista desgrana cómo el fin de la globalización ha mermado el papel de Europa en el nuevo orden mundial
  • Potencias como Arabia Saudí, Turquía o la India se erigen como piezas claves en el tablero geopolítico moderno

Por
Esteban Hernández, periodista: "Europa puede quedarse fuera del curso de la Historia"

Esteban Hernández analiza en El nuevo espíritu del mundo (Deusto, 2025) el momento de cambio geopolítico que vive el mundo. Para el periodista y ensayista, la presidencia de Trump hace aún más apremiante la toma de decisiones drásticas para una Europa que corre el riesgo de quedarse al margen.

PREGUNTA: ¿Qué quiere decir con el espíritu del mundo? ¿Es el de la Biblia, el opuesto al Espíritu de Dios, o sea, el de la sabiduría humana frente a la divina? ¿O el del filósofo Hegel, del siglo XIX?

RESPUESTA: Es el espíritu de un tiempo nuevo, porque acabamos de entrar en una nueva época y ya estamos en ella. Y creo que necesita una definición, una comprensión para poder orientarnos de una manera práctica.

P: ¿Qué es lo que mueve este momento del siglo XXI? ¿La lucha de clases, la avaricia, el territorio?

R: Hemos pasado de la lucha de clases a la lucha de territorios y esto el Partido Comunista chino lo sabe bastante bien cuando decidió impulsar especialmente las capacidades de su país y desarrollarlas en beneficio de su población. Estados Unidos ha entendido también esto y probablemente quien no la ha entendido bien del todo sea la Unión Europea.

P: ¿En qué sentido lo han entendido unos mejor que otros?

R: Los desequilibrios que se han producido entre clases sociales y con la globalización también se han producido entre países. Pero ha habido un ganador en estos 30 años de globalización, que ha sido China. Cuando China ha llegado a un punto en el que amenazaba la hegemonía estadounidense, Washington ha reaccionado. Trump es una reacción al problema chino, como antes lo fue Biden o incluso Obama. Y en ese contexto, lo que tratan es de recuperar capacidades estratégicas para Estados Unidos y de ampliar los límites de su propio imperio. Estados Unidos está reconstruyendo su potencia mundial para impedir el auge chino.

P: En ese sentido, ¿estamos en una guerra fría o en una guerra económica?

R: Es una guerra fundamentalmente económica, pero también fría. Por más que de fondo estén las armas y las guerras físicas y los muertos en los campos de batalla, la gran pelea es económica. En muy distintos órdenes: en la energía, por supuesto, en los recursos y, sobre todo, en la tecnología. Hay una necesidad estadounidense de poner límite al desarrollo tecnológico chino y de impedir que sus socios, sus aliados, tengan vínculos grandes con la tecnología china, porque de ese modo esperan reconstruir el futuro estadounidense. Estamos pasando del gobierno de los tecnócratas al gobierno de los tecnológicos. Eso en la Administración Trump es muy evidente.

P: Escribe en el libro que la derecha, en general, ha entendido mejor este cambio que la izquierda. ¿Por qué?

R: Porque hemos pasado unas décadas en las que los ideales colectivos se han ido desvaneciendo. Los nacionalismos ya no eran relevantes porque estábamos al orden global. Las utopías tampoco tenían ningún peso. El comunismo se había terminado. Ni siquiera los valores religiosos en Occidente tenían una participación muy activa en la vida cotidiana. Y eso nos llevó a un entorno donde la base eran los proyectos individuales. Y la globalización te permitía, o decía permitirte, la posibilidad de desarrollarte al máximo posible - podías viajar donde fuera, trabajar donde fuera, ser un tipo de éxito donde fuera.

Cuando ese proyecto se termina, y se ha terminado, es decir, cuando la población constata que no hay un proyecto de recorrido personal real, en ese momento te quedas sin nada a qué agarrarte. No hay ideales y tampoco hay soluciones individuales. Y ahí aparece el nacionalismo como elemento de reunión de distintos malestares que circulan por la sociedad. Y la propuesta de Trump era exactamente esta. Si haces grande a Estados Unidos otra vez, a los americanos les va a ir bien. Y esta es la esencia del triunfo de la derecha.

P: ¿No puede haber una propuesta alternativa que no sea de derechas?

R: Sí, y además puede haber una integración económica distinta, sin dar tanto peso al nacionalismo. Puede haber muchas cosas, pero la cuestión es que cuando hay una pelea ya entre dos imperios, Estados Unidos y China, ya te fuerzan a entrar en una dinámica. Es verdad que Estados Unidos podría reconstruir su esfera de influencia a partir de determinados temas asociativos. Eso ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos impulsó el bienestar europeo. Ahora no, ahora Estados Unidos ha decidido salir corriendo para ganar el máximo de fuerza por su cuenta. Es una pelea de imperios y Europa no lo es. Y ni siquiera es un Estado, que es el gran problema que tiene para competir ahora.

P: ¿Cree que Trump ha comprendido esto o simplemente es un gran improvisador? ¿Qué sectores están detrás de Trump?

R: Trump tiene apoyos relevantes dentro del ámbito de los negocios estadounidenses: en el sector de armamento, en el sector de la energía y, muy importante, en el sector de la tecnología y de finanzas dedicadas a la tecnología. Pero, además, creo que hay un intento de sustitución de élites dentro de Estados Unidos que Trump está fomentando porque las élites del pasado son las que llevaron, argumenta Trump, al declive del país. Entonces, esas nuevas élites -e insisto, la tecnología tiene un papel importante ahí y la gente que emana del ámbito tecnológico también- quieren recomponer una mentalidad nueva, un nuevo espíritu para Estados Unidos, a partir de bases diferentes.

P: ¿Por qué cree que los demócratas en Estados Unidos y la Unión Europea en general no entienden que Trump pueda ganar las elecciones?

R: Para los demócratas era impensable. En buena medida, por la burbuja en la que vivían metidos. Era una burbuja tal que incluso eligieron a un presidente con facultades mentales deficientes como candidato para que compitiera en las elecciones. ¿Qué ocurre? Que los demócratas siguen viviendo en el mundo de la globalización, es decir, en el mundo de hace seis o siete años. Y en ese escenario resulta impensable que alguien con ribetes autoritarios pueda granjearse el aprecio de la población por segunda vez. Porque ellos pensaron: "Trump aparece en el 2016, pero es un paréntesis. Se va a ir y ya está, ¿no?". Y no, porque Trump respondía a unas necesidades estadounidenses, Trump respondía a ciertos anhelos de la población del país y los demócratas no supieron dar respuesta a eso. Se centraron en combatir al autoritarismo. Y fracasaron, claro.

P: ¿Ha pasado lo mismo en Europa?

R: En Europa ocurre algo significativo. Las élites europeas y los partidos principales, es decir, el Partido Popular Europeo y los socialdemócratas son una especie de extensión de los demócratas estadounidenses. Tienen un mismo marco mental en muchos aspectos. Y Trump los considera como si fueran una prolongación de las élites demócratas y por eso hay tanta animadversión hacia Europa, aparte de las necesidades a las que la competencia obliga. Y, por otra parte, tomar las riendas del proyecto europeo significa, si no independizarse de Estados Unidos, que es imposible, sí construir un espacio de autonomía. Eso es muy complicado cuando hay 27 países con intereses muy distintos y con prioridades muy diferentes. En ese contexto es mucho más fácil intentar mantener lo que hay, aunque sea de manera dudosa, que dar pasos adelante para construir algo nuevo. Y eso también tiene que ver con la ineficacia de las élites europeas.

P: Sin embargo, apunta en el libro, si no se dan pasos, Europa corre el riesgo de quedarse fuera del curso principal de la Historia. ¿Es así de apremiante?

R: Sí. Es que el mundo está girando hacia el Pacífico. Y estamos viendo cómo los grandes actores -Estados Unidos y China- se ven acompañados por otros como India, Rusia, Arabia Saudí y Turquía. Es decir, ha habido un desplazamiento geográfico de Occidente como centro hacia otro territorio. En ese desplazamiento, los grandes Estados están cobrando peso porque son los que tienen las armas estratégicas, económicas, militares, energéticas para desarrollarse en el futuro. Europa ha perdido el foco del territorio, tampoco tiene grandes capacidades energéticas, su Ejército -sin ser pequeño- no es un gran ejército, la tecnología está lejos de la China o la estadounidense, no tiene músculo productivo -el que tiene está limitado a determinados ámbitos... En fin, Europa ha perdido mucho peso y necesita una reacción para para poder situarse a la altura del resto de países que están teniendo influencia internacional.

P: ¿Hacia dónde debería ir esa reacción?

R: Más que hacia dónde debe ir, es que solo hay dos lugares a los que pueda ir. O Europa se construye con características similares al Estado -con unión fiscal, mercado único, cierta política exterior común, tecnología y capacidad productiva propias; o bien, si no das esos pasos hacia adelante, van a darse pasos disgregados. Vamos a ir hacia un contexto en el que Berlín se separa de Bruselas, París también, y cada cual tomará distancia respecto de la Unión para tener mayor margen de acción nacional. Pero esto, y Alemania está tentada de hacerlo, es el proyecto de las derechas trumpistas en Europa: que cada país tenga un ámbito de acción mucho mayor respecto Bruselas. Por lo tanto, o vas hacia un lado y te integras, o vas hacia el otro y te disgregas.

P: En este escenario, ¿la población europea corre el riesgo de empobrecerse?

R: Sin duda. Ahora mismo estamos en un momento fundamentalmente económico, es decir, de la respuesta económica que le demos a este momento dependerán los años venideros. Fijémonos, por ejemplo, en el tema de la defensa. Nos dicen: vamos a invertir en defensa, tenemos que hacerlo, es imprescindible. Claro, si España tiene que invertir el 5% o el 4% o el 3,5% en defensa, ¿de dónde sale el dinero? Es un dinero que no tenemos. Luego tiene dos opciones: una, los impuestos; otra, detraerlo de otras partidas del presupuesto. O las dos a la vez, para tener el montante total. Claro, eso es muy negativo para la economía española y muy negativo para los españoles: te tienes que gastar una cantidad dinero que no tienes. Alemania lo tiene, por la propia dinámica de la globalización que le permitió tener grandes ahorros. Lo que puede producir esa situación es que haya países que salgan bien de la inversión en defensa y otros que salgan dañados. Es decir, exactamente lo mismo que ocurrió con la crisis de la crisis financiera. Y eso será devastador.

P: ¿Europa está perdiendo prestigio ante el resto del mundo? ¿Cómo afecta, por ejemplo, la falta de reacción ante la ofensiva de Israel en Gaza?

R: La pérdida de legitimidad es enorme. La política exterior europea tenía como fundamento un cierto respeto a las normas que luego se cumplían o no, pero cuya fachada se mantenía. En este caso ha desaparecido. Lo peculiar aquí es que la responsabilidad se le suele achacar a Europa mucho más que a Estados Unidos. A Estados Unidos se le tiene como un imperio y ese uso de la fuerza que Estados Unidos realiza en su política exterior, y en sus negociaciones (y lo vemos con los aranceles), es percibido como parte de la necesidad de la hegemonía. Sin embargo, a los europeos se nos ve peor, se nos ve como más hipócritas todavía. Y eso nos lleva a un lugar completamente distinto en el mundo, porque muchos países pueden ahora observarnos con superioridad y decirnos: "nos has estado mintiendo todo este tiempo". Eso es terrible para Europa.

P: Al principio mencionábamos a Hegel. El filósofo alemán veía al espíritu del mundo encarnado en Napoleón. ¿Es así como termina todo esto? ¿Con un general o un líder liderando a sus tropas hacia la guerra?

R: Esto acaba como nosotros, en parte, decidamos. La Historia se hace. Y una de las cosas que sabemos es que no es estática, no es inmóvil, no está determinada por completo y, por lo tanto, hay un margen de acción en el que se pueden transformar las cosas. Va a depender mucho de nosotros, de la dirección que tomemos y de la presión social que hagamos y de las fuerzas políticas que construyamos. Dependiendo de eso, el lugar al que nos dirijamos será distinto. Las cosas no se hacen solas, no llega Napoleón a caballo y lo resuelve. No, hacemos falta. Y podemos empujar en la dirección que entendamos conveniente.

P: Aunque parezca todo lo contrario…

R: Sí, es que uno de los grandes problemas a los que nos vamos a tener que enfrentar es esa especie de declive de lo humano a partir de las grandes capacidades de la máquina. En ese escenario, en principio, el ser humano es prescindible, pero eso ya lo creyeron en la época de la globalización, cuando pensaron que la demografía no importaba y la cercanía no importaba. Y se ha demostrado que sí. Ahora seguimos importando. Y las máquinas, los algoritmos, la tecnificación, la tecnología, que es el siguiente paso que vamos a dar, también depende de la dirección que le sepamos otorgar, y que sea un instrumento que esté a nuestro servicio y no al servicio de quienes inventan los algoritmos.

OSZAR »